La última vida de un gato

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La primera la perdí aprendiendo a vivir. Todavía guardo en mi memoria cicatrices, reglas y excepciones para ir tirando con las otras 6. Tendré que escribir algún día ese manual de supervivencia para hundimientos generalizados, escuchando mis canciones de amor para tiempos difíciles.

La segunda se quedó hace tiempo en la terraza de un bar, cuando te dije que quedábamos como amigos. Y así fue.

La tercera la tengo en un banco, hipotecada. Sigo pagando  religiosamente las mensualidades, y no hay visos de recuperarla.

La cuarta está en la UCI, en estado zombie, y la doy por perdida. Se ha contaminado con mala gente, mucho napalm por la mañana, mucho egoísmo, traición y personas equivocadas y malignas. Errores que uno comete y, obviamente, debe pagar. Nobleza obliga.

La quinta la tengo repartida entre mil amigos de verdad, lejanos, cercanos, jóvenes y viejos, de esos que nunca fallan, ni siquiera cuando fallan. Entre las buenas personas de buen corazón que me sostienen cuando me dejo caer. A cambio, procuro ofrecerles lo poco que tengo.

La sexta la guardo para cuando todo falle. Siempre intento ser previsor, y sé que algún día el mundo se caerá sobre nuestras cabezas. Quizá entonces me venga bien.

La última, la séptima, la guardo para ti.

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