Vuelta al reino

Despertar, TéCanela

Francisco lo sacó de Roma sin problemas. Pronto estuvieron en un transporte de hostias express hacia Lourdes, con protección diplomática.

Al llegar a Lourdes, les dejaron de incógnito, disfrazados de visitantes. Jafar iba caracterizado como un tontito, y Sonriza de enfermera porteadora un pelín demasiado llamativa para los cánones del lugar. A Sonriza le encantaba estar tan guapa en aquel lugar tan bonito.

¡Me encanta este sitio! Parece el Benidorm del cristianismo, con tantos hoteles, tiendas y restaurantes. Pasar el verano aquí estaría genial– parecía superencantada, dijo Sonriza mientras tiraba del carrito llevando a Jafar, que bordaba el papel de una persona con daños cerebrales.

Maravillada por el paisaje, llegaron a la estación, donde cogieron el tren directo hacia el reino, que se dirigía hacia los montes Pirineos. Se instalaron en el compartimento designado, comprobaron que no había micrófonos y se sentaron con los billetes que les había dado Francisco.

¡Qué vistas más bonitas!– dijo Jafar. –No me importaría pasar unos días en una casita perdida entre esas montañas. Tiene que ser muy bonito, siempre que estés tú.– dijo en voz cada vez más bajita, ruborizándose y casi desapareciendo en el compartimento. Sonriza lo miró con ternura, pero cuando iba a abrir la boca, la interrumpió el revisor que entró, cerró la puerta y pidió los billetes con gran misterio.

Miraba el billete, miraba sus caras y miraba su tablet. Así cuatro veces. Luego, les hizo una foto con la tablet y se puso a esperar pacientemente. Sonriza y Jafar se miraron, y buscaron en sus bolsillos las armas de destrucción masiva para defenderse: Sonriza su pistola neuronal y Jafar una copia en DVD de «Los albóndigas en remojo».

La tablet dio un pitidito, que hizo que a Jafar se le cayera el DVD, se abriera y rodara bajo el asiento. Y, mientras Jafar intentaba coger el DVD, el revisor habló.

Soy el agente Flanagan, recién venido de cruzar el Misisipi. Vengo a recoger el paquete y finalizar la misión. El santo y seña es «El perro de San Roque no tiene rabo»– dijo el revisor, A.K.A. agente Flanagán.

Será porque Ramón Ramírez se lo ha cortado– dijo Sonriza, que sacó un bocadillo envuelto en papel albar y dentro, entre rodajas de chorizo, estaba el calcetín de titanio. –Jafar, templao, anda, sé buen chico y dáselo tú.– Jafar le dio el calcetín al revisor y empezó a comerse una rodaja de salchichón.

Misión completada.– les dijo el revisor. –Ahora, el Servicio Secreto de Cuentos les otorga unos días libres, hasta la próxima misión. Pueden descansar o hacer lo que deseen. Nuestro reino les agradece su servicio.– Y salió del vagón casi tan misteriosamente como entró.

Y ahora, ¿qué hacemos?– dijo Jafar. –A mí me da miedo esto de no saber qué hacer. Se me va la cabeza.

Tu cabeza se fue hace mucho tiempo a por tabaco y no ha vuelto, Jafar.– dijo Sonriza. –Déjame que yo tome los mandos de la operación, y verás lo que da de sí un viaje en tren.

Entonces entró el revisor del tren, el de verdad, y pidió los billetes. Sí, los mismos que se había llevado el agente Flánagan.

¡Cachis!– dijo Sonriza a Jafar mientras se miraban con cara de «Y ahora, ¿Qué hacemos?».

«Y yo, sin mi mochila», pensó Jafar mientras se comía la tercera rodaja de salchichón.

(Continuará)