Compás de espera

El tiempo pasó. A la primavera siguió el verano, que dio paso al otoño, y luego al crudo invierno. Y vuelta a empezar el ciclo, como toda buena sucesión que se precie.

Y no es que las sucesiones estén mal: las hay de todas las tallas y colores. Pero esta empezó a ser monótona, y según dónde y cuando la miraras, a veces era creciente y a veces decreciente, así que Sonriza tenía su corazón no muy lejos de donde había empezado. Por otra parte, no estaba mal, o al menos eso parecía. En cierto modo era feliz.

Seguía acudiendo al castillo del Caballero Incógnito, seguía peleando en el Consejo en el Consejo de Sabios, y todo parecía que funcionaba bien. Al menos, parecido a como le funcionaba al resto del mundo, a tenor de lo que oía por los cálidos pasillos del Consejo.

Y los días pasaron. Todo se convirtió en rutina y costumbre, como nos ocurre a todos los mortales, TU incluidos, ya que Sonriza era TU, y en aquel momento no parecía importarle mucho (no como cuando se convirtió en CU y, a la vez, en azote de los pobres TUs. Pero eso es otro cuento, y será contado en otra ocasión).

Por fin, Sonriza había alcanzado un tiempo y un lugar en el que se encontraba cómoda. El precio había sido alto, y ni siquiera había mirado el extracto de la tarjeta, pero aquella vida se podía llevar. Y aquí puede terminar el cuento, con Sonriza siendo una «feliz» chica con un hombre de hojalata caballero de brillante armadura. O puede que no termine. Depende de ti, lector(a), si quieres dejar a Sonriza feliz, perdida entre la gente, o llevarla más y más lejos, no sabemos dónde.

De ti depende que continúe.