Buscando un lugar

Mi casita de papel, Radio Topolino Orquesta

Lo primero que hacen los equipos de detectives de cuentos es buscar un escondite.– dijo Jafar, que parecía ducho en estos temas. –Recuerda– añadió –que nuestra operación requiere el más alto secreto y anonimato.

Sonriza empezaba a cansarse de tanto preparativo. De vez en cuando, la realidad salía a escena y la golpeaba. Jafar parecía ajeno a todas aquellas cosas que nos dan de comer, y se centraba en el proyecto.

Yo creo que una guarida en el Polo Norte es el lugar ideal. Apartado, discreto, y todo el globo te queda a mano. Simplemente, te descuelgas por el paralelo que toca y llegas enseguida.– argumentó Jafar. –Además, podemos llamarla Villa Soledad.

Estás un poco trastornado, Jafar. En el caso de que haya que buscar una base de operaciones, el Polo Norte no parece la mejor opción. No le niego su encanto, y me encanta ir embutida en mi plumas, pero allí la mitad del año sería noche, y soy muy dormilona. Hibernaría como una osa. Una osita muy elegante, por cierto.– dijo Sonriza con cierta coquetería.

Es cierto, estoy un poco alterado. Hoy todo me ha salido al revés y tengo la cabeza en otro sitio.– se excusó Jafar. –Pero te compro la idea. Una caverna en una montaña. Podemos comprar una montaña, el Everest por ejemplo. Pensemos a lo grande. La agujereamos y montamos allí una guarida con fosos, cocodrilos (bien abrigados, que no soy tonto). Además, es la montaña más alta del mundo, seguro que desde allí se ve el mar. Y te queda China a dos pasos. Es el sitio ideal.

No, Jafar.– le corrigió suave Sonriza. –Yo estaba pensando en una pequeña colina verde mirando al mar, una cabaña sencilla y el sol y la lluvia cayendo día sí, día también. Realmente, el lugar no importa. Es un concepto. Es un estado de ánimo, de la mente. Como Nueva York.

En realidad importa poco el sitio.– prosiguió Sonriza. –Es más un lugar donde podamos encontrar un poquito de paz. Escondernos de los malos y de la vida. Sería más un refugio que una guarida. Un lugar de donde salir todos los días a combatir el mal con las pilas recargadas.

¡Es verdad!– exclamó Jafar. –Nadie sospechará de una humilde cabaña en la falda de una montaña. Con cortinas en las ventanas, piedras en el tejado y una chimenea echando humo. Y por supuesto, un lanzador de misiles en el pozo. Toda precaución es poca.

Sonriza miró cariñosamente a Jafar: no tenía remedio.

De acuerdo, dulce Jafar. Comencemos a buscar el sitio.

(Continuará)