Operación en cubierta

Fiera, Funambulista

Llegaron al aeropuerto de Orly en un vuelo regular de Air France. Sonriza había viajado en primera, y todavía recordaba el caviar y el champagne que le habían servido mientras el azafato-becario le masajeaba los pies. Total, ya lo justificaría Jafar en la auditoría del proyecto. En la cinta de equipajes, Jafar daba vueltas en un transportín de animales, con la rejilla marcada en la cara y dos latas de Whiskas Salmón Nórdico abiertas en el suelo.

No sé qué magia negra me ha metido aquí, pero en este caso nos enfrentamos a poderosos rivales. ¡Mira en qué tesitura me han puesto! Ah, mi cólera será terrible. ¡Correrá la sangre esta noche!– dijo al salir del transportín, empezando a hacer ejercicios de calistenia para recobrar la flexibilidad.

Saltaron al taxi y fueron raudos al Louvre. Allí, entre la policía francesa, había un extraño sujeto, vestido de manera parecida, aunque totalmente distinta a Jafar, y que en lugar de mochila llevaba una especie de Zodiac deshinchada. No obstante, nadie parecía verlo. Únicamente Sonriza, que le ocurría lo mismo que le pasó con Jafar: sólo ella los veía cómo eran. Para el resto del mundo, aquel sujeto debía de aparentar algo serio, una persona trajeada o importante, porque estaba entre la policía y todos parecían respetarlo. O igual les parecía un perro policía: se fijaría si lo acariciaban o le tiraban terrones de azúcar. Si Sonriza tenía algo, es que era muy observadora.

Hola, Jafar.– le dijo el extraño. –Te estaba esperando. Subid a bordo ¿Es ella?

Hola, Desiderio. Sí, es ella. Y yo sigo siendo yo. Tu padre, de las almorranas, ¿bien?– le dijo Jafar, visiblemente molesto.

Tú siempre tan detallista, Jafar. Hola, bella dama. Soy Desi, el encargado de cuentos del Reino de Francia. Ayer detectamos una trasmutación espacio temporal que intercambió la Gioconda con otro cuadro. Una obra menor de un pintor holandés del siglo XVII. Estamos ya localizando a su familia, por si tiene algo que ver.– Sonriza lo miró un poco ojiplática. Allí no había ninguno normal, o un virus había roído los cerebros del Consejo de Cuentos. ¡En menudo fregado estaba metida!

Fui yo mismo quien lo descubrió, y ordené inmediatamente el cierre del museo.– continuó Desi. Las colas de curiosos y turistas se perdían en un infinito del tipo Aleph 1.

Entremos, entremos. En media hora vendrá el Presidente del Reino de Francia. ¿Os podéis creer que este Reino es una república? ¿Hasta dónde vamos a llegar? Tengo que informar al presidente de nuestros avances, de qué ha pasado y quién es el culpable. El hallazgo en la sala de una chocolatina rusa, concretamente una de la marca Batonchik Babaevskiy con relleno sabor chocolate, ha disparado una crisis diplomática entre los dos reinos, y están movilizando sus ejércitos hacia las fronteras del Reino de Galitzia. Por cierto, la chocolatina, excelente. Los ruskis saben hacer las cosas. Pero pasemos, pasemos al lugar de los hechos, presto.

Desi echó a andar. Jafar, a lo suyo:

Desi, ¿puedes dejarme el papel de la chocolatina? Quiero darle una churrupadilla, que me ha entrado hambre después de la comida del avión.– dijo Jafar, poniendo sus ojitos del gato con botas.

(Continuará)