El abrazo del erizo (I)

en
Globos de chicle, Luis Ramiro

Preámbulo

Cientos de kilómetros, horas de coche, Luis Ramiro en bucle infinito clavándose en el corazón, puñalada tras puñalada en un corazón instalado en la línea basal, inmune a los besos de los desfibriladores. La puesta de sol sanguinolenta por el espejo retrovisor me trae tu me-moría, mientras rueda la noche engulléndolo todo, y al final sólo es la carretera ante ti, que no lleva a ningún sitio o acaso al infierno ya sabido, lasciate ogni speranza voi ch’entrate. Sigues vomitando, sigues con el dolor, con la lanza en el costado. Salen las ideas a borbotones y llenan el coche como si fuera un mar de lágrimas saladas, se llena y no te dejan respirar y te ahogas, y decides plasmarlo aquí, en una idea desordenada, en un grito sordo a los cuatro vientos, una necesidad de catársis tras haber cruzado las mil yardas entre Soria y Tombuctu.

Gritos

Allí donde solíamos gritar, Love of Lesbian

En el espacio nadie puede oír tus gritos. Los árboles que caen en el bosque no hacen ruido, aunque los árboles suelen morir de pie, quizá como un último grito silente reclamando un espacio que pronto será de otros. Es un duelo a muerte en la más negra de las oscuridades, donde sólo ves fogonazos que dejan en tu retina la impronta. Disparas al aire y das en el blanco, hieren las balas que llevas en bolsillo. Y una tras otra se alojan en tu cuerpo el plomo candente, humeante, que viene de enfrente. Encajas los disparos como un boxeador, aprietas los dientes, mana la sangre que chapotea bajos tus pies. Aprietas el gatillo, la pistola contra tu sien, e incrustas la bala en el centro del corazón amigo. Se mezcla la sangre A+ y A- y saltan chispas, y siguen los fogonazos y el estremecimiento de todas tus fibras y otra bala y otra bala y un sinfín de heridas mientras abres tu boca en el silencio del espacio, pero sólo la sangre sale de tu garganta. En el vacío nadie puede oír tus gritos.

Kamikazes enamorados, Quique González

Sangre, sudor y hierro

Rebajas de enero, Joaquín Sabina

La música sigue atronando en mis oídos. Este blog es una oda a la literatura, una búsqueda interior a través de letras, música y deseo, de una utopía de paz. De un corazón en Madrid, de una noche en Nueva York, de una fría mañana en Copenhague. Paz, paz, paz. La paz que se dan dos corazones rendidos y muertos, que ya no esperan nada, ni siquiera decepciones. Tan sólo esa certeza, esa seguridad de girar la cabeza y verte leyendo en el sofá, sin más dolor ni cálculos de reproches ni dudas. Dos corazones resignados a la derrota que se acompañan en el camino sin esperar nada, sin pedir diezmos ni alcabalas. Esa confianza ciega que comparten los derrotados, los hambrientos, los perdidos, los protagonistas de las bienaventuranzas. Nada más. Algo sencillo, algo que no añada más dolor ni más vida a aquel que tiene los ojos colmados de lo que no quiso ver, la vida abarrotada de rayas dibujadas en el lomo de un tigre.

Ahora que te encuentro, Ismael Serrano

Las rayas del tigre

Vencidos, Joan Manuel Serrat

Todos llevamos en el alma cicatrices. A veces no caben más, y se amontonan, cicatriz sobre cicatriz, postillas, costurones. A veces el alma pesa y deforma el espacio y el tiempo, se convierte en un agujero negro que devora todo a su alrededor. Nadie ve un agujero negro. Pasan desapercibidos en un universo lleno de estrellas, planetas y errantes cometas que dibujan sonrisas en el cielo. A veces, tu alma pesa tanto que te arrastra, que te mata. A veces te cansa la vida. Te cansas tanto que pierdes las ganas de vivir y la mirada. Pero continúas como el toro triste de Cortázar, escribiendo palabras para una revolución que derrocará a los dictadores, y pondrá a las lavanderas al mando del país. Pero es un cuento sin moraleja. A veces sólo quieres cerrar los ojos, calmar tu dolor, gritarle al mundo que ya no puedes más, a veces tus brazos y tus piernas y tu corazón están taraceados del gris marengo de un cansancio infinito, indescriptible, inenarrable, espantoso, de la nada más absoluta, de la desesperación que se infiltra en tu vida. Pero no, eres el puto Graf Spee, eres la inamovible roca que no siente los embates fieros de un mar embravecido, el estoico espartano que mantiene a cualquier precio el paso de las Termópilas. Nadie puede pensar que, tras tus altas murallas, todo duele hasta la muerte, que tu corazón desfallece como si su misión fuera el Monte del Destino, que en realidad quieres poesía, música, ternura, belleza, puestas de sol. Pero el mundo no lo entendió: te mordió, te vapuleo, te humilló. Aprendiste a pelear, devolviste los golpes, se te hizo cara de viejo boxeador, pero nadie supo nunca que, por dentro, soñabas con darle un abrazo al contrincante y comentar unos pasajes del Principito. Que eso era lo que te hubiera hecho feliz.

Para vivir, Enrique Urquijo

(Continuará)