El hombre más triste del mundo

en
Empezar de cero, Luis Ramiro

Hoy no es día de mojar la pólvora. Es un día de esos en los que lo mejor hubiera sido no levantarse y no pensar. Dejar que el mundo siga cayendo por esta ladera interminable.

Pero ya he descubierto que no sirve de nada. El mundo sigue cayendo, sigue dando vueltas, y a éste, al mundo, le importa poco todo, le importas poco tú.

Así que hoy me apetece un poco hablar de mí, de lo que hay dentro y que nadie sabe, que a pocos le importa. Este blog, esta bitácora, era mi catarsis, la manera de conjurar los monstruos. Y cuando permití que este blog dejara de ser eso, los monstruos me devoraron, el dolor me desgarró y dejé de ser yo.

Ahora mismo estoy completamente destruido, y parece que nadie lo sepa. Nadie se da cuenta de que, aunque permanezca en pie, estoy lleno de agujeros de bala, estoy destrozado completamente de andanadas inmisericordes, encajadas con resignación, que me dejaron en este saco de huesos que, inexplicablemente, se mantiene en pie, empuñando la espada y sonriendo. Todas las calaveras sonríen mucho.

Son momentos de no ver más que el fin más allá de cualquier destino y, pese a ello, sigo caminando, en realidad, sin saber muy bien hacia dónde. Bueno, sí sé hacia dónde: hacia Ítaca, pero es el hermoso viaje, el camino, lo que no tengo nada claro.

Es el momento de reconstruir, de salir del agujero. Es el momento de repasar los errores, de volver a confiar, de arrastrar este saco de huesos hacia un lugar con dignidad, con dignidad hacia un lugar.

No estoy bien, y todo ha sido culpa mía. Nunca se empieza de cero, yo no puedo hacerlo: todo pesa en la mochila, sobre todo, mis errores que no puedo quitármelos de la cabeza, y me atormentan. Es algo que nunca puedo evitar.

Pocas veces busco culpables: simplemente, me pregunto qué pude hacer para cambiar todo esto, y por qué no lo hice. Para no volver a caer en los mismos errores, para no convertirme en ese armatoste con el corazón blindado que atraviesa paredes y líneas enemigas hasta llegar tan lejos, tan sin alma, convertido en un monstruo al que se odia, de quien huir despavorido, a quien nadie admira por el corazón roto. Alguien que huye del dolor mientras lo consumen todo tipo de fuegos.

Necesito un tiempo. Necesito volver a meter los monstruos al redil, limpiar esta alma llena de hollín de lo que ardió en mi interior sin que nadie lo viera, mientras cerraba contra el mundo con mi pecho desnudo, sabiendo que moría en cada embate, sabiendo que estaba muerto. Debí haberme rendido, debí haber gritado al mundo, debí haber explotado en luces de colores. «Pero como un toro triste hay que agachar la cabeza, del centro del ladrillo de cristal empujar hacia afuera, hacia lo otro tan cerca de nosotros, inasible como el picador tan cerca del toro.«.

Es lo que me enseñaron: lucha o muere, y llora en soledad. He muerto, y ahora debo resucitar.

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