Vientos de infinito

en
La vida en la frontera, Radio Futura

Hace dos días cerré este blog. No lo borré de puro milagro, porque estuve a una pulsación de hacerlo: aún no sé si hubiera sido lo correcto. El corazón me lo sigue pidiendo. El corazón me sigue pidiendo demasiadas cosas.

Este blog, si buceas en su historia, comenzó en otro sitio, en 1997, cuando no existían no siguiera los blogs; y lleva de manera ininterrumpida desde septiembre de 2004, momento de bancarrota emocional que sólo yo conozco. 20 años vomitando mi corazón y mi cabeza entre letras.

Es, en cierta manera, un catálogo de errores de una vida. Un catálogo enorme de arrepentimientos, de desilusión: una búsqueda de la felicidad arcádica, de unos ojos color de caramelo donde perderse. Una inmensa oda a la cobardía.

Me he rendido muchas veces. Algunas con resultados terribles, que pago continuamente. Todavía los pago. La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes. Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar.

Siempre hice lo que creía que debía hacer, lo que creía que los demás esperaban de mí. Nunca hice lo que quería, salvo en alguna parte (¿la profesional?), y tampoco bien del todo.

Y después de 30 años de arrepentimiento, quizá más; después de recluirme más y más en mi castillo destrozado, después de defenderme de la vida y justificar mis errores, mi cobardía; después de rendirme tantas y tantas veces detrás de mis murallas, de mis huidas hacia adelante que tan lejos me han llevado, tan lejos como equivocado, después de esos 30 años, encuentro la respuesta. La encuentro. Y sigo cobarde, haciendo lo que creo que los demás esperan, nunca lo que el corazón me pide.

Ha sido la historia de mi vida. Mi puta cabeza, capaz de sostener el mundo sobre sus hombros, capaz de hacer lo imposible varias veces, lo racional, capaz de encontrar la solución óptima, la que te permite minimizar los daños y perpetuar tus genes. Sin una puta traza de corazón: sólo cabeza inamovible que alcanza objetivos.

No hubiera llegado hasta aquí sin ella. Salvo que no es donde quería estar, por lejos y envidiable que parezca. Mi cabeza me ha hecho sortear imposible, ha llevado a este fraude advenedizo a (casi) donde ha creído que los demás esperaban de él. Ha impedido que el corazón tomara las riendas, ha continuado la travesía cuando el corazón se ha roto, ha orquestado esta vida cómoda y la ha mantenido caliente y cómoda.

Y no es que esté mal esta vida, si hubiera sido la que quería: quizá sólo es para muchos de los que habitan en ella, pero nunca fue la mía. Algo así como «si lo construyes, vendrán». Construí algo para que vinieran, no para estar yo en ella.

Así que ahora que la encuentro, ahora que te encuentro, ahora que tengo todas las respuestas que he venido buscando durante 30 años, tengo que vencer a mi cabeza. Esa cabeza que plantea mil preguntas más para tenerme atrapado, esa cabeza que me hace ser tan responsable que me convierte en cobarde.

Esta vez mi corazón se ha ido a la mierda. Ha explotado en todos los sentidos y está reventado en la cuneta. La historia de siempre: la cabeza sonríe y espera retomar el control, la historia de siempre.

Y si es así, ¿para qué seguir soñando? ¿Para qué seguir llorando en este blog si soy incapaz de cambiar de las cosas? Si ahora que la encuentro, la dejo escapar y vuelvo a arrepentirme de vivir, algo que cada día pesa más.

Arrepentirse de vivir en una vida que no te llena y, sin embargo, atenazado por el miedo de salir a la calle, porque pueden pasar cosas. Muerto en vida.

No es mi mejor momento. Mi corazón bajó las murallas y mi cabeza apretó el acelerador y, de vez en cuando, salta la banca, borra los corazones de tiza y quita el polvo.

Si este blog es el del corazón, ¿qué sentido tiene seguir escribiendo?

¿Qué sentido tiene escribir si no te tengo, si rompo los escenarios, si te hiero con la cabeza mientras mueren los corazones, el tuyo y el mío?