Es martes y me siento como si fuera jueves

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Esta semana se me hace eterna, y no ha hecho más que empezar.

No tengo ganas de escribir, y menos de escribirte poesía. Estoy derrotado, como los blindados rusos en las cunetas de Ucrania, y no tengo ganas de jugar otra partida para ver si te arranco un beso.

Porque es mi vida la que pesa. Es mi vida lo que ha fallado, lo que se ha venido abajo por el peso del tedio, de las renuncias, de mi complejo de Peter Pan.

Siempre negándome a aceptar la realidad, nunca aceptando que puedes morir por dentro de tanto no vivir. Que aceptar lo consabido, lo acostumbrado, lo consuetudinario, lo que dios manda, es otra forma de rendirse por dentro mientras mantienes cara a afuera las apariencias hipócritas, de misa y golpe en el pecho, de demagogia de hombres malos.

Han salido demasiadas cosas bien en la dirección equivocada. O no estaba preparado para los triunfos heroicos que te llevan de cabeza a la rendición.

No tengo ganas de escribir y, aun así, sigo vomitando esta bilis de soledad, este poema deslavazado y desvencijado que ni rima ni tiene versos, esta ansiedad vital que me ha cerrado el estómago y la mente, el amor y la esperanza.

Queda odio. Mucho odio hacia gente peligrosa, mala de verdad.

Queda remordimiento. Remordimiento por culpar a otros de mis errores, por ser prisionero de mis principios, por ser cobarde ante esta vida insulsa que se burla de mí todos los días.

Este juevesmartes se hace muy largo. No hay tregua hasta el domingo y, luego, vuelta a empezar. A la tarea inasible de mantener en marcha la rueda del mundo, la hoguera de las vanidades, la costumbre de vivir hasta que todo acabe.

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