En estos días inciertos

en

en que vivir es un arte.

Con tiempo y espacio para coger perspectiva, esperando que se disipe el humo de las explosiones, cerrando heridas, sanando mente y alma.

Hay momentos que marcan, que cambian situaciones. Tuve uno de los más importantes de mi vida en septiembre de 93, en el que acabé por ver las entrañas de este monstruo fiero que es la vida y aclarar un par de asuntos con ella.

En estos momentos no tengo revelación ni epifanía alguna. Simplemente es decepción total, una desesperanza porque, cuando nos dan una oportunidad de cambiar el mundo, hay quien ceja en el empeño del egoísmo, de la corrupción, del poder por el poder. Si ha habido epifanía, ha sido de mendacidad, de traición, de egoísmo, de asechanzas.

Lo más triste de todo esto es entraba dentro de lo posible, dentro de lo esperado. Lo peor, que tengo unos capítulos de mi manual de supervivencia para estos casos. Cuando ya la mente dice que hay que cambiar ciertas tendencias. Eso es lo peor de todo: que no se puede esperar nada bueno de la raza humana cuando la tomamos individuo por individuo.

Por otro lado, si ya odiaba antes mi vida, ahora no estoy en mejor posición. Uno siempre añora lo que no tiene, nada más bello. Deseo desaparecer en una gran ciudad y dedicarme a mí, perdido en el anonimato de los ríos de gente también anónima. Contigo a mi lado, nadie más. Si quieres. Pero también sé que tú no eres tú, y que nada de esto va a ocurrir.

Si quieres te ayudo a subir bolsas del mercado.
Si quieres hacemos el verano algo más largo.
Si quieres nos quitamos la ropa y leemos algo,
que la luna siempre llena de tus besos.

Si quieres toda canción de amor lleva tu nombre,
si quieres decimos a Sabina que nos nombre,
si quieres buscamos en el cielo más razones,
que la luna es niña que juega y se esconde.