Feliz cumpleaños

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Hoy he amanecido con un disparo en el centro del corazón. Bonita manera de celebrar mi cumpleaños, aunque los he tenido peores, tengo que reconocerlo.

El policía que levantó mi cadáver calificó el suceso de un intento de suicidio fallido, y dio carpetazo al asunto. El compañero, zorro viejo en estas lides, se asomó por la boca de metro de mi pecho y afirmó ver bajar a una muchacha por las escaleras, con los tacones de aguja manchados de sangre, y sospechó de un crimen pasional, pero a estas alturas de la vida, a los muertos poco le importan las razones.

Levantaron diligente acta del rastro de sangre que conducía a las macetas de la ventana y que sonaba a terciopelo, pero ninguno advirtió el rastro de miguitas de pan que llevaba hasta el cuento de Pulgarcito, y que laboriosas hormigas se afanaron de esconder tras el lavavajillas. Rastro que, por otro lado, hubiera llevado hasta la carta manuscrita que revelaba el nombre, las señas y las medidas de la asesina. 90-60-90 no es un calibre de revólver, pero el agujero que deja se le parece bastante.

El juez dio permiso a la funeraria McDonald’s para que se ocupara del cadáver, y los policías se repartieron lo poco de valor que había en el apartamento: una baraja nacarada de strip-póker, la lámpara de lava color esperanza y un cuadro con las rayas espectrales de Aldebarán, certificado por la NASA. De puerro, bien.

Y aquí estoy ahora, esperando que salga del agujero la chica de los tacones de aguja a decirme que la tormenta ha acabado, mientras el embalsamador saca mis órganos por la nariz, y se pregunta a dónde fue a parar el corazón inexistente: el disparo nunca tuvo orificio de salida.

1000 pedazos, Cristina Rosenvinge