Tenía que pasar

en

Por fin encuentro un momento para sentarme a escribir. Algo que dejé de hacer porque, de alguna manera, dejé de respetarme a mí mismo. Uno de mis errores. Uno de mis muchos errores.

Y ahora, desde un 13 de septiembre, las olas han borrado de la playa lo que dejó la tormenta. Ahora somos un poco más Robinson, un poco menos todo.

Mucha guerra, mucho dolor incomprendido, mucho esfuerzo, muchos balazos, heridas, cicatrices. Mucho dinero, mucho dolor, mucho tiempo, mucho sufrimiento.

Y pese a todo, inasequible al desaliento. Otra vez peleando mientras las cuentas no salían, mientras las alarmas se ponían en rojo, mientras la vida se agotaba. No valía lo que costaba, y nunca quise admitirlo. Quizá porque, siempre perdedor, nunca dejo de soñar que todo es posible. Molabas cuando no te conocía. Debí hacer caso a las señales. Quiero a alguien como tú, pero no tú.

Demasiadas señales, demasiadas alarmas sonando estridentes en mi cabeza. Demasiado todo, demasiada soledad para llenar el pozo sin fondo de un egoísmo desconocido y nunca admitido. Debí hacer caso a la cabeza, o haber sido yo mismo.

Tampoco yo lo hice bien. No lo hice bien conmigo mismo, y creo que ahí estuvo toda la cadena de errores a los que lleva la desesperación, la duda, el lado oscuro.

Ahora sigue doliendo todo el cuerpo: miro los amaneceres y atardeceres, los mapas del tiempo. Se ha perdido la música, la poesía, la esperanza. Diego Ojeda me grita sus poemas oscuros, repaso la libreta negra de sentimientos.

Respiro. Echo de menos a alguien como tú, pero no a ti.