Casi me atropella una noche en la Latina, conduciendo su viejo Kia como una loca por Madrid. Bajó la ventanilla, me pidió perdón y me pegó la bronca: "cómo puede un puto gilipollas cruzar por aquí". Yo dudé entre gritarle o besarla y me senté en su capó pidiendo que me llevara, que me sacara de allí. Le saqué una sonrisa y una invitación a subir a un asiento repleto de pañuelos y esperanza. Recorrimos calles y avenidas, bebimos poco, bailamos mucho, y terminamos viendo Madrid desde los cielos, abrazados, rodando por la hierba. Quise invitarla a mi cama, pero siempre hago lo correcto. Ella, a cambio, me contó historias alegres y me dejó en la boca del metro mientras corría de nuevo camino al infinito. Sin teléfono ni whatsapp, vuelvo a tenderme en La Latina por si vuelve y me atropella. Nunca se sabe, la esperanza y la sonrisa es lo último que ella pierde. Debí gritarle, debí besarla. Ahora sólo me queda versarla.
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Seguro que la vida da una segunda oportunidad para ser casi «atropellado». A muchos solo nos queda recordar al perder el momento de ese beso casi necesario. La canción preciosa. Saludos.
Espero que haya segundas oportunidades!