A cuenta de nada (ni nadie)

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Intento todos los días llegar a la orilla de este océano inmenso en el que caí el día que nací, pero, de alguna manera, he abandonado. Me dejo llevar por la resaca mar adentro, miro las gaviotas, cada vez menos; rebusco en mi memoria motivos para buscar tierra firme y me cuesta encontrarlos, quizá porque me he acostumbrado a la pelea consuetudinaria, al dolor sordo, a esa sensación de futilidad que impregna mi vida, mis actos; al hedor de mis sueños abandonados.

No hay motivo para cambiar, tus caderas se fueron un día y no me despedí de ellas ni de tu sonrisa. La esperanza, de un verde desvaído, se largó a comprar tabaco y me dejó con mujer, hijos, coche y perro, y con un vacío tan grande que tengo que agarrarme fuerte a la almohada cuando cierro los ojos, para no caerme en ese interior vacío que nada ni nadie llena, sólo lo cruza el tiempo implacable que me lleva mar adentro, donde duele la desesperanza de poder alcanzar tu mano y una sonrisa bobalicona cuando nada duele.

He cerrado todas mis redes sociales, he dejado de ir a conciertos, de contemplar puestas de sol, de soñar con tus tetas o con tu aroma, de soñar despierto con la soledad del comedor y su penumbra. Para no mentir, sólo quiero aislarme del mundo, alejarme del ruido y de las malas personas, lamer heridas en soledad, con mi música y mi cine y mis lágrimas cuando soy consciente de que nunca seré feliz.

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