Por fin empieza a terminar el domingo. Lluvia en soledad, pensamientos que van y vienen, ninguna idea que se quede a tomar café. Así que demasiados pensamientos, que suben y bajan y acompañan a la pena y a la tristeza, y a ese rosario de cuentas que incluyen aciertos, errores, certezas e incertidumbres.
Es una época de mi vida en la que, realmente, no sé qué hacer. Esperaba sólo un centro de gravedad para converger, un punto donde apoyarme, coger aire e ir madurando. Pero 2025 sigue deslizándose cuesta abajo, de culo y sin frenos, y no ha habido manera de coger perspectiva, de sentarse a fumar, beber, hablar, de alcanzar esa paz, esa base en Mare Tranquilitatis desde donde despegar. No deja de traerme la escena de Eldorado, donde apenas queda tiempo para despedirse: la situación obliga.
Así que hoy música y música, echando de menos la paz de los conciertos, la voz de Marwan, Dani Flaco, Luis Ramiro, Leiva, La M.O.D.A., Fran Mariscal, Diego Ojeda… Hoy ha sido un día de esos de repaso mental, con algunos problemas que aún no quiero resolver, tratando de encajar las piezas, de explicar a cuenta de nada, de decidir qué hacer con todo.
Y no sé cómo coser las heridas, ni encuentro los trozos del corazón que se me han ido cayendo de caries emocional. Ahora sin ganas de conciertos, de Madrid; sin cuerpo para ver las pelis lenitivas, ni siquiera de beber hasta perder el control. Las instrucciones de Vizzini eran claras: cuando todo sale mal, vuelve al principio. Pero estoy tan lejos y perdido que no sé a dónde ir estos días, y llamo y llamo a Íñigo Montoya y a Fezzik, pero no contesta nadie.
Y la lista musical se corrige y se aumenta, como un parapeto que detiene las balas y los besos envenados, y la poesía que empieza a supurar de la cicatriz de mi alma.
Al menos, aún estamos vivos para luchar mañana. No todo está perdido.