No sé si sabemos lo que es la felicidad; parece bastante más claro lo que no es.
Y entonces llegan los días inciertos. La vida te besa la boca, te muerde los labios y te enchufa un directo al hígado que te hace caer hecho un ovillo en el suelo. Y pasa toda tu vida ante ti.
Te da tiempo a repasar los errores mientras caes, pero de tu estómago sin aire no sale ninguna disculpa: ya es tarde.
Te arrepientes de lo que hiciste y lo que quedó por hacer, de las palabras dichas en el maelstrom de la ira, y quizá más de aquellas que nunca dijiste.
Pides perdón y te das cuenta de que, en realidad, sí eras feliz. Toda tu lucha fue una triste vanagloria, apacentarse de viento.
De todas las palabras bonitas que nunca te dije,
las más bellas,
me las guardo para decírtelas al oído
desde un castillo colgado
en el cielo de tu boca.