Siempre que el mundo me vence, vuelvo a la terraza de Madrid donde me esperaste media hora. Pido cocacola y miro tus sandalias cantarinas.
Siempre que me pierdo, siempre que la pena, la noche, que el dolor me alcanza, busco el resplandor de tu risa, el amor de tu mirada, y esa manera inefable con que pintas de acuarelas las aceras grises.
Siempre que te veo lejos corro; siempre que me equivoco lloro; siempre que me siento solo me coges de la mano sin importar tus dedos rotos, tus pies cansados, tu vida a cuestas.
Siempre he pensado que te debo varios poemas, un par de canciones, un libro como dios manda; todos los conciertos de Madrid y un par de vidas: una para vivirla, y otra para aprender a vivirla contigo.