Coinciden los expertos en que el amor es un tren de cercanías con más vagones que estaciones, túneles, apeaderos y señales de vía muerta. Estos amores, como los trenes, van repletos de personas y equipajes, con horarios ajustados y andenes vacíos; miles de caras apretadas en la ventanilla contra el cristal, mientras la vida pasa rápida, desdibujada: sólo el traqueteo y el vaivén que apenas si acaricia el corazón anestesiado. Amores de cercanías para tiempos de no tocarnos, de distancia de seguridad. No obstante, algunos expertos aseguran que hay amores de larga distancia sin prisa y con coches camas, viejos vagones desvencijados, cargados de historia e historias, de recuerdos amargos y caricias lentas, pausadas, besos con lengua y abrazos solitarios; con ventanas con cortinas donde el mundo se despliega lento, perezoso; y la noche es una boca oscura que devora las retinas. De esos amores que no quieres que acaben nunca, escritos en viejo papel y vieja tinta. También hay amores AVE, no sé si porque corren o porque vuelan, en estos tiempos de prisa, café en vasos de papel y apresurados b(v)e(r)sos en Instagram. Frío, aséptico, funcional, con enchufes, como quien se ama según el manual, las costumbres o el TikTok de un reloj. Aunque, puestos a elegir, me siento a tu lado en la estación, y decimos adiós a esos trenes mientras nos cogemos de la mano.
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Sin duda los amores de antes cuentan otras historias, tenían alma, dedicación y empeño, había que apostar y se iba con todo en el juego, hoy en día es todo a medias…
Ya no sé si eran los amores de antes o somos nosotros los que éramos antaño enamorados. Pero apostemos para ganar y, si perdemos, sepamos que luchamos por conquistar Troya y seamos felices de caer bajo sus murallas. No dejemos nada a medias, ni siquiera los amores.
Hoy mi pasado duele, y el dolor alcanza mi presente.
Un saludo, Hanna.
Opino como tú, hay que darlo todo aún con el riesgo de perder, porque vivir a medias no es vivir, y amar a medio gas es cómo nunca haber amado.