Ha caído un árbol en el bosque, pero no lo vio nadie, no lo oyó nadie. Nadie sabe que ha caído, así que es como si todavía siguiera en pie.
Y en cierto modo sigue en pie. Sigue con sus ramas, con sus nidos. Sigue arrojando su sombra, sigue meciéndose al viento. Aunque nada de esto es real, nada es verdadero. Ha caído en silencio, con un susurro lánguido y melancólico.
Ya no está y sin embargo su sombra muerta sigue manejando, tenue, alargada, los últimos coletazos del dolor, del amor.
«Nadie sabe que ha caído, así que es como si todavía siguiera en pie.» Entonces es pura ilusión, como ocurre con el enamoramiento… el mundo se desvirtúa efecto de procesos bioquímicos y nosotros, pobres mortales, le atribuimos el principio de realidad. Y tomamos decisiones, nos arriesgamos, nos dejamos mecer a veces suavemente, otras con mano fuerte, en un vaivén que pareciera va a ser eterno.
Pero quizá sin esa ilusión, ese mundo, solo es un poco más gris.
Ay, pobre de aquel que no se deja mecer por las ilusiones. Aunque, también desgraciado el que confía en ellas. Este mundo tiene difícil solución si uno se para a pensarlo, y es muy fácil manejarlo si no piensas nada y actúas. La melancolía es un licor muy caro.
Es necesaria cierta desilusión, quizá sea el punto intermedio entre la dualidad. Para poder seguir adelante, ese licor que nos emborracha no nos ha de alejar de un pensamiento, a todos nos falta un trozo de algo, que nadie puede colmar, buscar atrás no sirve, quizá tan solo calma en el momento. Esperar que nos venga de afuera, es mala compañera de viaje.