La noche y la ciudad

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Es lo que tiene vivir con las reservas de Esperanza totalmente a cero. Es como si te lanzaras a la batalla sin armadura, como si su endeble casco tuviera que soportar todas las tormentas cuando arrecian fieras sobre tu maltrecha nave. De vez en cuando te pilla uno de esos vaivenes como yo no sé si de tristeza, de dolor, de desesperanza simplemente, y entonces caen sobre ti y nada ni nadie puede pararlos ni aliviarlos.

Es lo que tiene tener las reservas a cero de esperanza, que cuando hace sol y todo va bien uno parece acostumbrarse a que el mundo podría ser algo tolerable. Pero esos momentos duran poco, de repente en tu mapa de isobaras aparece de nuevo esa borrasca que te deja de nuevo desnudo, inerme, inútil como un niño, rendido y vencido ante los que no se puede definir más que como una ola de tristeza.

Es lo que tiene esa vida sin esperanza, que todo cae sobre tu maltrecho corazón, y a veces no te quedan ni ganas de seguir peleando, de seguir viviendo, de seguir buscando ilusión y unos ojos y unas manos y una boca, porque todas las esquinas y las calles y los semáforos te recuerdan a ella, a quien nunca fue nada, a lo que no pudo ser, a todos aquellos momentos en los que, por un segundo, parecía que fuera a ser posible. Es esa ola de tristeza y desesperanza que te derriba, la que te doblega, la que hace que te preguntes por qué las cosas no pueden ser de otra manera.

Tanto tiempo peleando para llegar aquí, construyendo tu castillo de naipes, para terminar dándote cuenta de que no es ni por asomo el lugar donde querías estar.

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