Y entonces…

Mañana nos casamos en Las Vegas, Luis Ramiro

Se acercaron al pequeño hotel con casas de madera. Ni siquiera tuvieron que dar nombres falsos en el hotel, ya que en el Reino Republicano de Francia no hace falta. Y usaron la tarjeta del Ministerio, que Sonriza llevaba en el teléfono, y cogieron lo más caro que pudieron. ¡Se lo habían ganado!

Les dieron una pequeña cabaña circular, bonita, coqueta y recogida. Tenía su chimenea, una guitarra, útiles de pintura, una tele enorme y una cocinita. Había una única cama, enorme, y tanto Sonriza como Jafar hicieron como que no se daban cuenta del detalle.

Pasearon, oyeron música, Sonriza tocó la guitarra y cantó, y resultó que lo hacía muy bien y con mucho sentimiento, y a Jafar le encantó y le emocionó. Y pintó alguna cosilla, y bromearon y se mancharon de pintura y se rieron como nunca.

Jafar demostró su habilidad para encender un cálido fuego, y cocinó unos macarrones con un amor infinito y algo de tomate, y le contó sus películas favoritas. Y el día pasó entre risas, cariño, pequeños placeres y tres mojitos.

Casualidades de la vida, había una colina desde la que se veía Madrid. Subieron por la noche, a ver las estrellas y el perfil de la ciudad, que por la magia del momento se veía desde los Pirineos franceses como si la tuvieran a sus pies. Y hablaron y hablaron. Se contaron penas, alegrías, aventuras, amores, desamores. Se rieron, y lloraron, y se cantaron al oído y se contaron lo que les pasaba por la cabeza.

Bajo la estela de una estrella fugaz, se besaron una vez (adivina quién besó a quién), y luego fue una lluvia de besos, un enjambre de caricias, una playa de jadeos.

Volvieron, caminando de la mano, a la enorme cama que ambos habían visto nada más entrar.

Mi chica revolucionaria, Diego Ojeda

(Continuará)