Wicked game

Wicked Game, London Grammar

The world was on fire and no one could save me but you
It’s strange what desire will make foolish people do
I never dreamed that I’d meet somebody like you
And I never dreamed that I’d lose somebody like you

Wicked Game, Chris Isaak

Las instrucciones de Vizzini para casos como éste eran claras: Volver al principio. Cuando algo sale mal, vuelves al principio. Así que Sonriza se refugió en ese rincón cálido y familiar, aburrido y condescendiente. Y todo volvió a empezar. Una vuelta gris a un principio fuera del tiempo y el espacio.

Sonriza siguió trabajando en el Consejo de Sabios, cada vez más y mejor, cada vez más grande por fuera, quizá porque por dentro era más pequeña. El hombre de hojalata sin corazón se convirtió en un espantapájaros sin cerebro, en un león sin valor. El dolor hizo callo; la costumbre, cicatriz.

Y conoció a otro caballero de armadura menos brillante pero más segura, y tuvo un par de principitos. Y todo siguió adelante, como en esos cuentos en los que la ratita sólo quiere dormir para olvidar y soñar, en esos trenes infinitos que recorren el horizonte gris y se pierden como un rosario de cuentas de luz en la negra noche.

En este estado estacionario, solución particular o forzada, hacía tiempo que había desaparecido la solución homogénea o natural, y todo era bastante aburrido, porque es lo que tienen los sistemas lineales e invariantes temporales: que no son los mejores para bailar.

Sonriza, en su Consejo de Sabios, en su refugio abarrotado y solitario, sólo miraba hacia el mar. Y parece que el cuento se acaba, porque todo fue mal para luego poder ir ¿bien?. Pero recuerda la Ley de Murphy: las cosas sólo van mejor para poder empeorar.

¿Asistimos a esta caída infinita de Sonriza, o la dejamos en este mundo gris?