Vulnerant omnes, ultima necat

Parecía que estábamos en el final del cuento. Todo va «más o menos bien», y Sonriza se resigna a ese pasar, a esa guerra sorda interminable, a conformarse con un trocito de purgatorio mientras sueña con el cielo. Pero el contratista que hizo el purgatorio no era demasiado honrado, y además lleva muchos años acogiendo almas, algunas muy pesadas. Así que el suelo se hundió, como por sorpresa, y cayó de bruces al infierno. Otra vez.

Esta vez un extraño mal aquejó a la familia de Sonriza. La plaga, que nadie sabe cómo entró, volvió a teñir de dolor y sacrificio todos los días y las noches de Sonriza. Se desvivió, por amor y lealtad; recorrió el Reino en busca de sabios, magos, curanderas… Nada funcionaba, nada ponía paz en su vida. Los días pasaron de grises a negros otra vez, la esperanza hacía tiempo que había huido a ocuparse de otros menesteres.

Y, de vez en cuando, el monstruo del lago asomaba el hocico, y tocaban las campanas a rebato, y Sonrisa acudía a la brecha, con oficio y garra, pero sin corazón, extenuada, «como mantequilla demasiado extendida sobre la tostada», con lágrimas en el alma sembrada de bregaduras (así aprenderemos, además, una palabra nueva).

Me dijo una vez una amiga que no quería que la vida nos mande todo lo que podamos soportar, porque el ser humano es capaz de soportar mucho. Mucho más de lo que aconseja la OMS y el Psiquiátrico de Mondragón. Así que Sonriza acabó acostumbrada al dolor, que no insensible a éste. Por las noches, desde sus solitarios aposentos, pintaba cuadros grises, tocaba en el laúd tristes endechas y, sobre todo, lloraba. Hasta que el nuevo día rompía y, entonces, cogía los pertrechos y salía a la lucha. Y así, todos los días.

Lo único que le quedaba a Sonriza, justo en el filo de la capitulación interior, era su Consejo de Sabios, su válvula de escape, la tabla de salvación que la hacía llegar más y más y más lejos. Pero puedes alejarte de lo que te persigue, mas nunca de lo que corre dentro de ti. Mientras tanto, Sonriza lloraba mirando al mar.

Hasta que un día llegó una botella.

Y luego otra.

Y luego mil más.