Recibimientos y despedidas

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Siempre me han puesto nervioso las partidas frente a cualquier viaje, por nimio que sea. Viajar a Castellón, Madrid o Hannover, cualquier alejamiento de la rutina que se aleja de la rutina, de los lugares consabidos y seguros, y se adentra en el albur de lo desconocido, en los rostros ignotos, en el descendo sin asideros. Perdidos los puntos de referencia, sólo queda el manual para estos casos. Es verdad que los viajes me ponen muy nervisos.

Supongo que hay situaciones en la vida similares a un viaje: uno se asoma al abismo y tiene que decidir si desciende por el cráter del Snæfellsjökull o se vuelve al cálido hogar de Hamburgo. Nada hay más peligroso que una puerta que se abre a un camino que no sabemos a dónde puede llegar.

Así que estos días estoy más nervioso de lo normal. Se acercan partidas, situaciones desconocidas donde uno sólo puede confiar en su experiencia. Y mi experiencia, lamentablemente, es que las cosas siempre van a peor. A uno la experiencia le dice que nada es fácil, que nunca sale nada como esperamos. Si no, las películas lo tendrían muy jodido para ser interesantes.

Y luego (no) estás tú.