Metro de Madrid

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Es lo que tiene Madrid. Que a veces es una ciudad que te reconforta. Que tras meses de alejarnos, nos reconciliamos una noche como ayer, en plena fiesta del orgullo gay.

Bienaventurados los que nada esperan, porque nunca se verán decepcionados. De alguna manera vine así a Madrid, expectante ante otro viaje de funcionario y manual, otro insulso acto y un concierto de consolación. Pero sólo los mejores planes pueden todavía mejorar y, como dijo Hannibal Smith, me encantan que los planes salgan bien.

Así que ayer Madrid me mostró muchas cosas, muchas calles que no conocía, muchos secretos banales y, a la vez, trascendentes. Yo, experto en bombardeos y curtido en las húmedas selvas de Vietnam, me perdía sistemáticamente en un territorio desconocido, en una sucesión interminable de terrazas, escaparates y ríos de gente feliz, ajena a mí, con el corazón con saldo positivo.

Así que todo se arregló, hasta el concierto, segundo plato tras leer mal el menú (Yo pensaba ir a Txetxu Altube, pero un error de presbicia me hizo terminar viendo a Dani Flaco). Pues eso, hasta el concierto del que no esperaba mucho demasiado, fue uno de los más divertidos a los que he ido. Conocía Dani sólo de Youtube, pero como los grandes, en concierto es mucho mejor.

La salida del concierto la podía haber cantado Ismael Serrano: una fiesta impresionante por un Madrid rebosante de vida. Anoche, ayer, mi corazón en bancarrota redujo su saldo negativo, aunque fuera unos céntimos.

Y el metro de Madrid: fabuloso. Para qué andar por lo desconocido si un metro te lleva al sitio. Claro, que así me pierdo el alma de Madrid. Otra cosa nueva que he aprendido.

Quique González, Cuando éramos reyes

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